martes, 29 de septiembre de 2009

ROSAS

        
             La vida es como un bello jardín en comienzos de primavera, cobijado por una amplia colección de rosas cubiertas de espinas. Puede que el lugar sea precioso y que la ocasión sea perfecta, pero tal vez lo que realmente importa, lo que hay dentro, no es precisamente lo más agradable. Desde un punto de vista parece ser un jardín lleno de alegría y amor, pero cuando realmente te acercas y te detienes a observarlo con mucha atención notarás que no es tan bello como se veía a lo lejos, que no es tan saludable ni tan encantador. Son rosas bellas de seguro, pero todos les temen a sus feroces espinas que asechan la mirada de cualquier vigilante. Sólo son rosas, rosas pequeñas y frágiles. Son rosas cubiertas de pequeños y delicados pétalos que a su vez los protegen las feroces espinas. Cuando te sientes enojado maltratas una rosa de manera en la cual la pisoteas hasta más no poder. Cuando te sientes triste vas desprendiendo poco a poco cada uno de sus pétalos que van cayendo al suelo salpicados por tu lastima. Finalmente cuando te sientes alegre separas una rosa de su hábitat inicial para que este algunos días sumergida en agua recordándole a algún ser querido lo que sientes por esta persona. Puede que una rosa no sea una vida, ni siquiera algo parecida, pero definitivamente puede cambiar una. Una rosa puede perderse en un jardín, pero aprende de cierta manera cuando es su hora de brillar y cuando es su hora de apartarse de las demás. No nacen rosas impertinentes solo hay algunas que permiten que sus propias espinas se incrusten en su delicado tallo. Esto provoca que su imagen vaya cambiando y que ya no sean semejantes a las demás. Son rosas diferentes, rosas que nadie las desea (ni por el hecho de pisotearlas), son rosas que no se dejan querer.

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